Una reflexión sobre la pobreza oculta
En mi infancia, durante los tiempos de la autarquía en España, escuché hablar de una expresión que describía a familias acomodadas que vivían en condiciones precarias y ocultaban su situación por vergüenza. Se llamaba pobreza vergonzante. La sociedad cercana fingía no saberlo para no ofenderles, y algunos religiosos ayudaban discretamente sin revelar sus identidades. Con el tiempo, esa expresión ha caído en desuso, pero refleja cómo muchas sociedades aún juzgan a quienes viven en pobreza como si fuera un baldón merecido.
En los últimos años, he observado cómo el antisemitismo, o más precisamente la judeofobia, ha vuelto a cobrar fuerza. En muchos círculos sociales se niegan a admitir su existencia y justifican sus actitudes diciendo que solo condenan al Estado de Israel, no a los judíos. Sin embargo, la historia demuestra que numerosos judíos europeos han sido perseguidos y estigmatizados por leyes racistas y prejuicios ancestrales.
Desde 1792, las familias judías en Suecia han contribuido al desarrollo cultural y económico del país. Muchas de ellas fueron sepultadas en un cementerio construido en Gotemburgo, donde aún permanecen visibles los apellidos tradicionales como Abramson, Wolff o Lapidus. La comunidad prosperó gracias a su inversión en instituciones culturales y educativas, logrando derechos iguales desde 1870.
A fines del siglo XIX y principios del XX, muchos judíos huyeron de persecuciones en Rusia, Polonia y otros países bálticos hacia Suecia. La llegada masiva de supervivientes del Holocausto tras la Segunda Guerra Mundial aumentó aún más su presencia. Sin embargo, hoy día se percibe un preocupante aumento del antisemitismo en Suecia; las agresiones contra miembros de la comunidad judía son cada vez más frecuentes.
En regiones como Malmö, con una gran población musulmana proveniente de diversos países árabes e islámicos, el antisemitismo ha crecido notablemente. A pesar del diálogo entre comunidades religiosas, los ataques antisemitas aumentan y eventos culturales tradicionales como el festival de cine judío enfrentan dificultades para realizarse debido al miedo.
Este fenómeno no es exclusivo de Suecia; Europa entera enfrenta un incremento exponencial del odio hacia los judíos. Las manifestaciones masivas que culpan a los judíos por conflictos internacionales recientes evidencian cómo esta fobia sigue vigente. La reciente violencia en Gaza ha sido utilizada para justificar expresiones antisemitas abiertas o encubiertas.
El antisemitismo tiene raíces profundas que datan hace más de dos mil años en Europa. Desde acusaciones infundadas relacionadas con la muerte de Cristo hasta estigmatizaciones modernas vinculadas a conflictos políticos actuales, esta fobia persiste como una patología moral que muchos niegan tener.
Aunque algunos manifestantes niegan ser antisemitas cuando portan pancartas ofensivas o participan en movilizaciones masivas por causas políticas o ideológicas, lo cierto es que el odio subyacente continúa presente. La cultura occidental necesita reconocer estos prejuicios para poder enfrentarlos efectivamente y promover una convivencia basada en el respeto mutuo.
